PARA EL NUEVO AMANECER DEL PRÓXIMO DÍA

Por:  Marcelo Sepúlveda.

Profesor de Estado.

 

Se  desprenden las nubes del cielo, el viento marca el tranco del reloj y la noche se acurruca a un lado de la berma en el camino; somos materia, conocimiento y ciencia, una porción de alma donada por Dios para alcanzar la redención en el cielo paraíso que nos aguarda a todos sin excepción, un linaje hecho tradición, oración ante el cielo escarpado, siempre regalando lo mejor de sí para el próximo que transita a nuestro lado: Donemos el espíritu, seamos cautos y generosos, fieles y diligentes para encontrar la luz en la inmensidad, la nostalgia de una redención absoluta según nuestras buenas obras y el perdón clamado ante el Señor Padre Dios.

La historia la construimos todos, unos y otros, creamos y construimos con habilidad y destreza, transformamos el planeta, somos dueños de la creación según la herencia proclamada por la palabra en el principio de los tiempos: “Id por el mundo y poblad la tierra”.

Entonces, valorar la existencia humana, sus cualidades particulares, el tránsito permanente del pensamiento humano adivinando territorios extensos en la inmensidad de la galaxia, agradeciendo, en vida, cada nueva oportunidad, construyendo nuevos cuestionamientos, problemas contingente y su posible solución; meditar, tranquilo y quieto, el horizonte posible más allá del tiempo constante que regula, arbitrariamente, la existencia del todo, el aquí y ahora.

Al amanecer del último día, el sol brillará sobre la bóveda celeste, se escucharán las plegarias de los arrepentidos y entregaremos toda buena acción y posible arrepentimiento para que el Señor Padre nos convoque a su reino celestial.

Cuando el anhelo sea una esperanza de paz y armonía, cuando la hermandad convoque a mitigar la falta y se ofrezca el genuino Dios Omnipotente para redención de la humanidad enviando a su hijo unigénito para proponer la salvación y aguardar el final de los tiempos.

Hoy, se escucha el rugido de motores en la carretera extensa, el cielo se viste de azul, los niños aprenden nuevas destrezas, las madres acompañan a su prole y el calendario anuncia un cambio de año al terminar diciembre, todo transcurre en el presente continuo de este mundo, en la definición de espíritu creyente, en el dominio de sí mismo para compartir con el semejante, en la totalidad de lo absoluto.

Hacer el bien como valor fundamental, mitigar el dolor del desvalido, conducir al mendigo, ser brújula para el vagabundo y oración en la noche escura para esperar el nuevo amanecer del próximo día.

Me desvivo, me desdoblo en un sinfín de oportunidades, una redención posible y la búsqueda del tránsito a otro espacio donde habita el ser único e irrepetible.

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