Por: Marcelo Trivelli Oyarzún.
Ingeniero Civil Industrial.
Presidente Fundación Semilla y Coordinador del Área de Incidencia de la Fundación.
El sistema educacional sigue atento y muy preocupado por los aprendizajes cognitivos de niñas, niños y jóvenes en época de pandemia.
¿Cómo podemos seguir buscando los mismos resultados al tener clases remotas sin los recursos tecnológicos apropiados, con docentes estresados y familias sobrepasadas por el hacinamiento, la falta de trabajo y la incertidumbre?
Sería mucho más productivo buscar nuevos paradigmas en la educación y uno de ellos es, simplemente, enseñar a preguntar.
En la era del internet, prácticamente todo el conocimiento está disponible y almacenado en algún lugar del planeta en miles de data centers.
Basta saber plantear la pregunta de manera adecuada para, después de unos pocos “clics” en el teclado, acceder a ella.
Saber preguntar es equivalente, en el mundo de los cuentos, a saber frotar la lámpara mágica para dejar salir al genio que hará realidad tus sueños.
Cada día es más importante aprender a preguntar.
Lamentablemente, los y las estudiantes preguntones suelen ser considerados una molestia y, en vez de incentivar esa conducta, se les aísla y con ello, atrofia la curiosidad que solo se satisface y retroalimenta preguntando y experimentando.
Las primeras preguntas de niñas y niños buscan entender la realidad y no son fáciles de responder porque no estamos preparados.
Muchas veces, la consulta en internet se convierte en nuestra tabla de salvación, pero la realidad escolar es muy diferente.
No hay mucho espacio para preguntar ni menos para buscar respuestas de manera colectiva. Sucede lo mismo en el mundo adulto cuando uno asiste a una conferencia y casi nunca queda tiempo para preguntas.
Para nosotros en Fundación Semilla, las preguntas son parte de nuestra metodología. Recientemente, al finalizar un taller de No Violencia con foco en género en el que participaron 52 encargados de convivencia de la Región del Biobío, destacaron que uno de los aspectos más valiosos fue la posibilidad de preguntar y recibir respuestas de sus pares basadas en sus experiencias y realidades.
Nuestra experiencia nos reafirma el valor de preguntar y de hacer buenas preguntas.
Porque, cuando la pregunta está bien formulada, no nos asegura tener la respuesta correcta de inmediato, pero si nos ubica en el camino correcto de la solución.
La situación de pandemia, las decenas de muertes diarias por Covid-19, el copamiento de las camas UCI, el agotamiento, la incertidumbre, la alegría de una recuperación y el dolor de una pérdida y tantas situaciones más que nos han cambiado la vida son terreno fértil para incentivar a niñas, niños y jóvenes a hacerse preguntas.
No tengamos miedo a no tener respuestas, busquémoslas en conjunto, desarrollemos la capacidad de diálogo, recuperemos los espacios de conversación.
Estamos en tiempos de cambio y necesitamos nuevos paradigmas en la educación.
En vez de lamentarnos que las y los estudiantes se están quedando atrás en lectura y matemáticas, volquemos todas nuestras fuerzas en enseñar a preguntar porque el futuro siempre pertenecerá a quienes tienen la osadía de preguntar y preguntarse a sí mismo.