Por: Marcelo Sepúlveda.
Profesor de Estado.
Voy a comenzar a escribir, la página en blanco me seduce, hay palabras que se esconden entre la niebla de la mañana en invierno, hombres y mujeres que anhelan encuentro en el diálogo cotidiano al acercarse a la mesa para compartir el pan y el vino, narrar cuentos antiguos a un costado del fogón, mientras la sociedad transita derroteros desconocidos y acuerdos tácitos, un arrecife de ideas majestuosas e imaginación desbordada, un sendero para mitigar el desengaño y el menos-crédito.
Hablamos en una secuencia de letras unas tras otras, la comunicación es la porción de existencia que nos da la condición de humanidad, vínculo, comunión y acuerdo; por tal, el lenguaje es la función que nos entrega la posibilidad de estar y percibir al otro, retratar estados de ensoñación, descubrir horizontes inexplorados, posibilidad matemática de certeza; tú y yo, frente a frente, para hablar y escuchar, para elegir medios de comunicación; allí, entre los múltiples recursos, que hoy en día, saturan la red global del conocimiento.
Estaré atento ante las nebulosas que se nos presentan en el tránsito de la vida, espacios inalcanzados por la mente humana en la galaxia; el desarrollo de habilidad y competencia como medio de evolución, crecimiento y desarrollo sostenido; somos seres inteligentes que aprendimos a transitar sobre el planeta tierra y sus avatares.
Ni siquiera, abandonar el sistema análogo en la era digital, proteger la experiencia cual almacén de ideas no perecibles, ser arrepentimiento y penitencia, una adecuada interacción y socialización para ofrecer opciones a quien reclama atención; no importa condición o raza, religión o filiación política; atendemos a la diversidad, a la particular y única definición de sí mismo, múltiple, dispar y personal: El individuo, una perfecta creación en el universo quien desea mirar más allá del horizonte conocido en el infinito.
Es tiempo de situar atención, de percibir el hálito de existencia en el ser, acompañar a la nueva generación para formar agentes potenciales de cambio ante la crucial divergencia a que nos vemos enfrentados desde la concepción humana, seres en dominio de conocimiento heredado, un caudal de emociones que vienen a dar sustento a cada particular hombre o mujer habitante pasajero del planeta tierra, heredero de la antigua tradición en pueblos antiquísimos, de experiencia evolutiva, de presagio recurrente ante el límite potencial de la capacidad cognitiva, de secretos ocultos en el inconsciente; allí, donde la magia crea mundos imposibles.
Si lees este texto, confía que mi intención es validar una existencia sobre la aldea global, un encuentro, una posibilidad de trascendencia más allá de la realidad tangible; entre ambos, construimos espacios habilitados para volcar conciencia y virtud en una sociedad en construcción permanente.