Por: Marcelo Sepúlveda.
Profesor de Estado.
Despedimos a nuestros muertos en tristeza vital, acongojados, erráticos en la contemplación de la falta del hálito en el semblante del ser amado; más aún, sentido de pérdida total y absoluta; pero, para quienes creemos en un algo más allá o aquellos que aguardamos una eternidad en reencuentro, podemos mitigar el normal estado de melancolía que nos acompaña durante largo tiempo; entonces, aprovechemos de compartir con el otro, cuando, aún disponemos de su presencia y podemos regalar tiempo al encuentro, al diálogo, a la conversación; admirar la virtud presente en el semejante para que la vida no sea sólo buscar una recompensa económica por nuestro trabajo; sino una oportunidad de disfrutar tiempo de ocio disponible; aunque, vayamos pobres de equipaje, pero cargados de emociones vitales que trascienden nuestro estado de consciencia en el presente del aquí y ahora.
Cada día que transcurre, en los segundos de tiempo disponible para habitar este planeta, se nos aparecen seres humanos que trascienden de esta realidad para acceder a una nueva dimensión; por tal, despedir a nuestros muertos es un acto de plena consciencia, estableciendo lazos con el más allá. Así, cantar, orar e incluso bailar durante el velatorio del difunto son acciones que mitigan el desapego envueltos en sábanas blancas para el último viaje, aquel sin retorno.
Deseo saludar a todos quienes han despedido familiares y cercanos durante los últimos día y ofrecer una palabra de conformidad a quienes se despiden de sus muertos.
En lo particular, no le hago el quite a la muerte; más aún, la percibo revoloteando más cerca que lejos, siempre al asecho, preparando su zarpazo definitivo, atacando, cual escorpión, en la certeza aguda de depositar su veneno en la víctima; caigo y me vuelvo a levantar, miro de reojo el inframundo, permito a mi mente divagar más allá de lo concreto y real, visualizar corrientes alternas que dibujan los rostros de mis seres querido en aquel paraíso al cual muchos queremos llegar, voy de pie, nuevamente, agradecer a todos quienes dijeron presentes cuando el abrazo nocturno de la oscuridad alertó cerrar mis ojos, digo presente en la comunidad de hermanos, cumpliendo mi labor docente, imaginando mundos posible en el apoteósico estado virtual de nuestras relaciones humanas del siglo XXI.
Vámonos trenzando nuestras manos, coexistiendo en el sueño despierto de un mundo mejor, regalando sonrisa a los más pequeños de cada familia, compartiendo la mesa, las palabras, aquel horizonte fortuito que viaja más allá del presente continuo en el cual habitamos. Mientras, aguardemos el tesoro de la vida hasta cuando se nos sea dada y despidamos con alegría a quienes ya partieron de este mundo.