Por: Marcelo Sepúlveda.
Profesor de Estado.
Todo puede ser posible, quizás el convencimiento de la existencia de vida más allá de este planeta, sociedad autónomas que habite en dimensiones diversas, la posibilidad de un nuevo mundo aún por descubrir, la caída original del poder para delegarlo ante el tribunal supremo quien dará sentido a nuestra búsqueda incansable, al sueño ficticio del cine y la literatura que se permite a algunos privilegiados.
Todos aglutinados frente al juicio final anunciado en los profetas, el tránsito a una nueva dimensión intergaláctica.
Nuestro existir se organiza en períodos de tiempo, en segundos meridianos que anuncian el porvenir, una destreza especial asignada a ciertos seres con mayor lucidez, a quienes postulan a dirigir el sentido de la libertad que se fragua en torno al concepto de familia nuclear, aquellos próximos a quienes debemos amor incondicional,
A ráfagas de viento y huracán, el planeta convive junto al temor recurrente de la destrucción total; un apocalipsis que nos asusta, pues no existe vuelta atrás; sólo, aseguramos el viaje constante hacia un futuro incierto, desprenderse del pasado para organizar el presente y limitar nuestros estados de euforia para reconocer el buen tránsito hacia un futuro probable, más que dominio y sometimiento, una posibilidad cierta de encuentro con aquellos que formaron nuestra personalidad y sembraron la semilla del conocimiento…
Es común mirar al cielo en noche de luna llena para admirar su tamaño y sus colores rojizos, la luna es nuestra meta más cercana, la base espacial que nos acerca a los planetas, un especial cuidado para lograr adentrarse en la búsqueda infinita; quizás allí, puede que habiten nuestros muertos y ese paraíso anunciado por Cristo Jesús se suceda en resurrección permitida al ser humano, quizás aparezcan nuevas formas de evolución, el tiempo se aglutine en torno a la presencia presente, un momento valioso de proyección hacia destinos inconmensurables. Todo se escribe en este tratado de la vida cuando los pocos defienden el valor de la existencia y otros muchos se pierden en el fragor de la cotidianeidad.
Conocer, adquirir nuevos aprendizajes, dominar el conocimiento de la técnica y la tecnología asume valor fundamental en una sociedad estructurada en torno al mundo digital; esta es una ruta original, transitamos a la vanguardia del mundo conocido, pero que se concluye en la incertidumbre, posibilidades únicas y exclusivas, un estado de gracia persécula, valores únicos, sentimientos vitales y dominio del diálogo como medio de comunicación eficiente y eficaz.
El conocimiento estructural permite un crecimiento personal autónomo y una probabilidad casuística de ocurrencia constante; el ser humano es un viajero estelar y requiere dominar el conocimiento universal.